A Abraham, mi papá, le dicen “El Hombre de Hierro”. Algunos podrían pensar en Tony Stark, el verdadero Iron Man.
La gran diferencia entre ellos es que mientras el de las caricaturas utiliza una armadura y los más avanzados artilugios tecnológicos, la mejor arma de mi papá es su sonrisa.
Esa sonrisa que forjó siendo sobreviviente del Holocausto. Que a pesar de perder prácticamente a toda su familia en la guerra, venir a Panamá, enviudar y luego perder a dos de sus hijos – por un cáncer y en un accidente- jamás a perdido la razón de vivir.
“Hijo:¿qué hubiera pasado si hubiese dejado de luchar el día que me separaron de mi familia, o cuando supe que mi papá y mi hermana habían muerto en el campo de concentración, o cuando murió mi madre, o cuando murio mi primera esposa? Nunca hubiese podido ver esta hermosa familia que he tenido o la empresa que hemos formado. Así que aprovecha la vida que tu nunca sabes cuando se acaba”, me dijo.
Esa frase quedó impregnada para siempre en mí. ¿De dónde saca tanta un hombre de 90 años tanta impronta para superar las pruebas que le da la vida?. Y uno se queja de tanta cosa que le pasa en la vida. De lo que tiene o no. De las cosas que hacen el resto. ¿Y si nos focalizamos en aquello que realmente importa?
A veces desperdiciamos tanta energía y pensamientos en aquello que no es importante y dejamos de disfrutar nuestra vida como realmente la merecemos. O pensamos tanto en el que será, que dejamos de ver el es.
La vida tiene dos cosas seguras: nacer y morir. Nosotros podemos pintar este lienzo a nuestro antojo. y siempre existirán dificultades. Lo importante es saber cómo afrontarlos.
Abraham me formó. Me enseñó a respetarme a mi y a los otros. Me inculcó la disciplina de las artes marciales, la pasión por el trabajo y que lo más importante en la vida es el amor de la familia.
El Hombre de Hierro me inspira todos los días a ser mejor persona y a cumplir mi propósito: ayudar a inspirar positivamente a la gente para que pueda ser feliz.